domingo, 29 de mayo de 2011

Las manos del artista

Decía Robert Motherwell, que la vida se ha vuelto tan anodina, que de ahí nuestro creciente interés por el arte.
No sé si el interés por el acto creativo es análogo en los hombres y en las mujeres, pues también Karen Horney, la famosa psicóloga germano-estadounidense, afirmaba que a los hombres —en este caso la palabra se refiere solo al género masculino— les interesa tanto el arte porque no pueden dar a luz.
Sea como fuere, y dada la desolación política y humana que me produce este país, acudo a mi pasión por el arte.
Conversaba la otra tarde con el diseñador Juan Vidaurre, creador honesto y, sobre todo, amigo.
Mientras charlábamos, él "jugaba" con una pinza de madera, para tender la ropa.
Me llamó la atención que sus reflexiones iban acompañadas de unos movimientos, presupongo inconscientes, de sus manos, con ese pequeño objeto.



Juan crea para él, o para los dioses, que, al fin y al cabo, como decía Óscar Tusquets, es lo mismo.
Y digo esto, pues sorprende que, en su obra destinada a ser reproducida en libros, es decir, aquella de la que solo el usuario verá una cara, el objeto es trabajado en su totalidad, como si fuese a ser una obra expuesta de manera exenta. De igual modo que Fidias esculpió sus estatuas para el frontón del Partenón, que hoy se conservan en el British Museum, y por ello podemos contemplar por el lado que, de estar en el templo para el que fueron creadas, nunca podríamos ver.
Así, los objetos que Juan construye para sus libros ofrecen un rostro en estos, el que el artista decide, pero, cuando accedemos a su estudio y podemos contemplar ese muestrario de mínimas y cuidadas creaciones —una recolección de objetos leves—, como las pequeñas composicones que Oteiza construía en tiza, mínimos proyectos de esculturas, que se quedaron en ello, observamos que nos ofrecen más de una cara, tantas como seamos capaces de fijar en nuestra percepción.
Quizá ambos, el escultor del vacío y mi amigo diseñador, en su proceso de creación han utilizado como herramienta la caricia, ese gesto que define nuestra relación con la ternura. Una instancia, a mi juicio, tan necesaria en el amor como en el arte.

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