sábado, 21 de septiembre de 2013

CON QUE FUERA SOLO EL CASTELLANO…


Pertenezco a una generación en la que el segundo idioma que no se aprendía en la escuela pública era el francés. El primero era el español. Al salir del colegio, tratábamos de solventar estas carencias: la segunda, aunque solo fuera para entender El último tango en París cuando viajábamos a Perpignan; y la primera, con intención de comprendernos a nosotros mismos y al mundo.  
Pasaron aquellos tiempos, y con ellos los bachilleratos, y llegó la EGB y la ESO, y las competencias idiomáticas no mejoraron, aunque esta circunstancia nada añade a lo que quiero comentar, pues Ana Botella cursó sus estudios de primaria y secundaria en el colegio religioso de las Madres Irlandesas, y, digo yo que, aún siendo de mi generación, seguro que en tal colegio, ya por entonces se aprendería también inglés. ¿O tampoco?
Desde nuestra bochornosa presentación de la candidatura de Madrid 2020, he leído muchos comentarios y he visto muchos reportajes sobre tal suceso, la mayoría de ellos en un registro humorístico y, quizá, a estas alturas, ya esté todo dicho, pero como señalaba Andrè Gide: Todo está dicho, pero como nadie escucha, hay que volver a repetirlo.
Mi actitud hacia un Madrid olímpico se movía en el territorio del amor/odio. Por un lado, deseaba la concesión de los Juegos —según algunos medios nacionales, prácticamente lograda los días previos a la ceremonia—, especialmente por lo que podía suponer de mantenimiento de puestos de trabajo en empresas que ya habían amenazado a sus trabajadores con esta eventualidad, algunas de ellas públicas.
Por otro, me indignaba que las tres administraciones —estatal, autonómica y municipal— y la institución —la Corona— implicadas en la organización de las Olimpiadas, no fueran ninguna de ellas merecedoras de dicha designación. Las tres primeras por sus implicaciones, por todos conocidas, en temas de corrupción, y por las mentiras sucesivas y manifiestas con las que han pretendido y pretenden no solo engañarnos, sino considerarnos tontos. Y la Corona, pues, aunque el dinero que el ciudadano Borbón ha prestado a su hija para la compra de su casa haya sido ganado de forma legal —una cosa es la legalidad y otra la ética—, desde mi punto de vista, es completamente inmoral y obsceno que alguien viva en una casa que vale lo que cuesta el Palacio de Pedralbes.
Considero que nadie que tenga más de un millón de euros hoy en día, ya no digo que habite una casa que lo valga, es una persona honrada.
Salvo contadas excepciones: el premio en un juego de azar, ser un deportista de élite, un artista mundialmente famoso…, si alguien dispone de cantidades similares, o las ha conseguido explotando a otras personas, o las ha heredado de otro que antes las explotó.
La postmodernidad, el capitalismo y sus correspondientes usos y costumbres nos ha hecho ver como normal y honesto algo que no lo es.
Esto a veces se evidencia cuando, por ejemplo, un incendio o un terremoto pone de manifiesto las condiciones laborales esclavistas de miles de ciudadanos explotados por multinacionales de la ropa, sea esta deportiva o no, de la decoración o de diversas tecnologías. Pero no pasa nada. Dos días después, otro suceso, igual de inmoral, hace que olvidemos el anterior.
Así, no es de extrañar que, a día de hoy, solo recordemos, no sin indignación, las parodias de la alcaldesa de Madrid, la mejor de todas ellas, ella misma. Alguien dijo que tenemos los políticos que nos merecemos. Yo me rebelo ante ello. Quizá, de ahí estas palabras. Y no es ya un problema de ideología —los simpatizantes del PP pensaran que voto al PSOE—, pues es imposible discrepar de estos políticos —los que ocupan el poder y los de la oposición—  cuyas palabras son un insulto a la inteligencia. Ya no les pedimos que hablen inglés, ni siquiera francés, con que hablaran solo un español correcto y sincero nos conformaríamos.