miércoles, 27 de junio de 2012

Propuesta de cambio de MARCA

A la vista del panorama nacional y de que esto parece que no mejora, para estar a la altura de los acontecimientos, propongo un cambio temporal de la "marca" ESPAÑA. Se me ocurren dos alternativas: la primera, y con perdón de los José, CASA PEPE. Y para que nadie se ofenda, la otra sería LA FONDA DEL SOPAPO.

Ambas, en su espíritu, pretenden reflejar los distintos escenarios de este país, a día de hoy, y la atmósfera que los caracteriza. Entre ellos, a mi juicio, los más llamativos:

• La catadura moral del impasible presidente del Consejo General del Poder Judicial.

• La impunidad de todos los cargos relacionados con la fusión de las diferentes cajas de ahorros, que condujeron a la creación de Bankia, y presuntos responsables del expolio de sus fondos.

• La desfachatez de los cargos electos, imputados en delitos de corrupción, que permanecen en los mismos, con los mismos trajes y la misma anquilosada sonrisa.

• La complicidad de un gobierno que cuando no calla, miente.

• La complicidad silenciosa de una oposición ensimismada en sus peleas particulares.

• El incomprensible silencio de los intelectuales ante la degradación moral de los responsables políticos, de los banqueros y de la  judicatura.

• La indiferencia de una sociedad anestesiada por los vertidos tóxicos y las mentiras de muchos de los medios de comunicación, que mira impasible la destrucción de nuestro sistema público de salud y destruye la escuela pública en beneficio de una enseñanza privada religiosa y hasta integrista.

No creo que todos nos merezcamos el gobierno que tenemos y los gestores que cada día, con mayor desvergüenza e impunidad, viven a costa de la mayoría de nosotros.

Quizá la mayoría de los ciudadanos —¿debería decir ciudadanos o súbditos?— tenga bastante con los partidos de la Roja.

No sé si aún tiene vigencia aquello que decía el poeta de que: En España, de diez cabezas, nueve embisten y una piensa. A veces, lo parece.

domingo, 17 de junio de 2012

Bradbury sigue entre nosotros


Hoy, todos los que quedamos en algún momento fascinados por la bellaza de sus textos, nos sentimos un poco huérfanos. El periódico del otro día decía que Marte estaba de luto, que Ray Bradbury había muerto. Quizá le suceda lo mismo que a Julio Cortázar, que ahora es Alguien que anda por ahí.
No lo sabemos, nunca lo sabremos, como le dijo una piedra a la otra tras el relato del pájaro en el cuento de Arnold Lobel.
Anoche, pude verlo por el telescopio, Marte estaba un poco más oscuro. Quizá, en ese momento, según dicen los noticiarios, se estaba produciendo la conjunción de planetas tan poco frecuente, tan extraña, y que todos los telescopios esperaban y filmaron.
Mientras, en algún lugar del bosque, mientras la nieve cuaja sobre los raíles abandonados del ferrocarril y sobre la vieja lona de esa humilde tienda de campaña, un nieto aprende el libro que su abuelo le recita, ya próximo a morir, en la ciudad de los hombres libros. Esa ciudad, que nadie sabe a ciencia cierta si existe, ni dónde se encuentra, pero en la que, parece ser, las personas que en ella viven cambiaron su nombre verdadero por el título del libro que memorizaron.
En la distopía de Bradbury, el bombero Montag, llevado por la curiosidad de qué encerrarán esos objetos que quema y que se llaman libros, esconde en su uniforme y luego lee en la noche mientras su mujer duerme El Eclesiastés. En la versión cinematográfica de la novela Fahrenheit 451, el bombero de Francois Truffaut lee Las aventuras de David Copperfield, de Charles Dickens.
Los libros son la memoria de los hombres; encierran el pensamiento, los descubrimientos, los hallazgos y los sueños de la humanidad. Todos los lectores hemos contraído sin darnos cuenta un pacto de honor y un compromiso moral con la literatura. Todos, en el ejercicio diario de leer, actualizamos ese pacto y vindicamos, con esa práctica, el valor supremo de la palabra.
No corren buenos tiempos para la cultura. Los poderosos nos prefieren estúpidos, sumisos votantes y voraces consumidores. Si pudieran, se comportarían como los gobernantes de la sociedad en la que vive Montag, pero siempre habrá hombres y mujeres dispuestos, como ese anciano, que recita con una pasión que su cuerpo ya ha perdido, a legar a otro ser humano las palabras que conforman un libro.
Si yo tuviera que aprenderme uno, guardaría en mi memoria La familia animal, de Randall Jarrell, uno de los pocos cuentos que escribió este poeta norteamericano, en el que encontré unos personajes que, como ningún otro, escenificaban lo que es el amor y la ternura.
¿Y tú, qué libro memorizarías?

NOTA: en este enlace puedes encontrar la película completa en versión original.

Quizá los niños lo sepan sin saber que lo saben

EL MONSTRUO ESTÁ TRISTE


Sí, anoche, cuando Max bajó de su habitación, la sopa se había quedado fría. Ni su mamá aún sabía porqué había sucedido; se quedó sorprendida, y no supo darle razón de ello.
Jenny, salió fuera de la carpa —el circo de Mamá Oca había desplegado todos sus carromatos en una pradera a las afueras de la pequeña ciudad— y miró al cielo; aún llevaba en una de sus patas delanteras el cepillo de dientes. Observó con detenimiento la oscura esfera celeste. Aunque solo sabe contar hasta diez, sintió que una estrella faltaba.
Rosie decidió, sin saber porqué, poner música aquella tarde a la obra de teatro que todos los días representa para sus amigos en la azotea de su casa. Llevó hasta un extremo de la destartalada terraza, todo lo que alcanzaba el alargador, el viejo tocadiscos de su papá, posó sobre le negro vinilo el brazo del pic-up, y una música de iglesia —así la llamó ella— salió por el descosido altavoz, que es a su vez la tapa del equipo. Era el Ave María de Schubert.
Quizá, la melodía alcanzaron a oírla otros personajes, de otros cuentos, en otras latitudes. No lo sabremos, nunca lo sabremos. Pero nosotros sí, quizá no en el mismo instante, quizá sin conciencia de ello, pero todos sentimos, cada uno a nuestra manera, que una leve sombra se proyectaba sobre nuestra memoria.
Y una estrella más se encendía en el cielo de nuestro corazón.