Me llama hoy por teléfono un reciente Premio Nacional de Literatura Infantil, que está por Madrid, por si podemos vernos a tomar un café. Acaba de volver de Nueva York, mañana va a Fuenlabrada, y la semana próxima viaja a Casablanca.
Me dice que lo de Fuenlabrada es cosa del ayuntamiento de esa localidad, y pienso yo: y lo de Nueva York y Casablanca, ¿será cosa de sus respectivos ayuntamientos? No, seguro que no. Seguro que tiene que ver con El Cervantes o con algún ministerio. Pero me sorprende, pues a ninguna de estas instituciones le interesa la lectura. Ni la de los adultos, ni la de los niños.
No sé.
Son días de tribulación: la campaña electoral, el FMI sin patrón, Esperanza Aguirre sonriendo —será solo a mí o también a los que acampan en la Puerta del Sol de Madrid— desde las vallas publicitarias, las palabras elogiosas hacia ella del Marqués de Vargas Llosa, el reciente análisis preclaro y lúcido del alcalde de Valladolid sobre la situación de España…
Willkommen, bienvenue, welcome…
Perdón, la digresión procede de que voy escuchando en el coche el CD de la película Cabaret, de Bob Fosse.
Salgo de la M. 30. “Detectores de felicidad bajo el pavimento” ponía en uno de sus rotulos luminosos.
No, no puede ser…
El semáforo en rojo.
La presidenta de Madrid me sonríe de nuevo. Va vestida de blanco. Aparece sobre un fondo de cartel blanco.
Podría ser la Reina de las Nieves o la virgen del Pilar.
No, no es posible.
Será cosa del Campari.
Aún no he escrito la reseña sobre ese libro fundamental El pentateuco de Isaac, de Angel Wagenstein.
El semáforo se pone verde.
Llego en hora a la cita.
Aparco en el subterráneo de la Plaza de Colón.
Salgo a la calle.
Esa inmensa bandera hoy me parece más grande.
“Los países de la Unión Europea toman posiciones ante el inminente relevo de Strauss-Kahn”.
Los nacionalismos de siempre, y sus pendones ondeando al viento.
Y pienso yo: que no son las banderas, sino esos trapos bajo los cuales las patrias esconden sus miserias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario