domingo, 17 de junio de 2012

Quizá los niños lo sepan sin saber que lo saben

EL MONSTRUO ESTÁ TRISTE


Sí, anoche, cuando Max bajó de su habitación, la sopa se había quedado fría. Ni su mamá aún sabía porqué había sucedido; se quedó sorprendida, y no supo darle razón de ello.
Jenny, salió fuera de la carpa —el circo de Mamá Oca había desplegado todos sus carromatos en una pradera a las afueras de la pequeña ciudad— y miró al cielo; aún llevaba en una de sus patas delanteras el cepillo de dientes. Observó con detenimiento la oscura esfera celeste. Aunque solo sabe contar hasta diez, sintió que una estrella faltaba.
Rosie decidió, sin saber porqué, poner música aquella tarde a la obra de teatro que todos los días representa para sus amigos en la azotea de su casa. Llevó hasta un extremo de la destartalada terraza, todo lo que alcanzaba el alargador, el viejo tocadiscos de su papá, posó sobre le negro vinilo el brazo del pic-up, y una música de iglesia —así la llamó ella— salió por el descosido altavoz, que es a su vez la tapa del equipo. Era el Ave María de Schubert.
Quizá, la melodía alcanzaron a oírla otros personajes, de otros cuentos, en otras latitudes. No lo sabremos, nunca lo sabremos. Pero nosotros sí, quizá no en el mismo instante, quizá sin conciencia de ello, pero todos sentimos, cada uno a nuestra manera, que una leve sombra se proyectaba sobre nuestra memoria.
Y una estrella más se encendía en el cielo de nuestro corazón.

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