domingo, 17 de junio de 2012

Bradbury sigue entre nosotros


Hoy, todos los que quedamos en algún momento fascinados por la bellaza de sus textos, nos sentimos un poco huérfanos. El periódico del otro día decía que Marte estaba de luto, que Ray Bradbury había muerto. Quizá le suceda lo mismo que a Julio Cortázar, que ahora es Alguien que anda por ahí.
No lo sabemos, nunca lo sabremos, como le dijo una piedra a la otra tras el relato del pájaro en el cuento de Arnold Lobel.
Anoche, pude verlo por el telescopio, Marte estaba un poco más oscuro. Quizá, en ese momento, según dicen los noticiarios, se estaba produciendo la conjunción de planetas tan poco frecuente, tan extraña, y que todos los telescopios esperaban y filmaron.
Mientras, en algún lugar del bosque, mientras la nieve cuaja sobre los raíles abandonados del ferrocarril y sobre la vieja lona de esa humilde tienda de campaña, un nieto aprende el libro que su abuelo le recita, ya próximo a morir, en la ciudad de los hombres libros. Esa ciudad, que nadie sabe a ciencia cierta si existe, ni dónde se encuentra, pero en la que, parece ser, las personas que en ella viven cambiaron su nombre verdadero por el título del libro que memorizaron.
En la distopía de Bradbury, el bombero Montag, llevado por la curiosidad de qué encerrarán esos objetos que quema y que se llaman libros, esconde en su uniforme y luego lee en la noche mientras su mujer duerme El Eclesiastés. En la versión cinematográfica de la novela Fahrenheit 451, el bombero de Francois Truffaut lee Las aventuras de David Copperfield, de Charles Dickens.
Los libros son la memoria de los hombres; encierran el pensamiento, los descubrimientos, los hallazgos y los sueños de la humanidad. Todos los lectores hemos contraído sin darnos cuenta un pacto de honor y un compromiso moral con la literatura. Todos, en el ejercicio diario de leer, actualizamos ese pacto y vindicamos, con esa práctica, el valor supremo de la palabra.
No corren buenos tiempos para la cultura. Los poderosos nos prefieren estúpidos, sumisos votantes y voraces consumidores. Si pudieran, se comportarían como los gobernantes de la sociedad en la que vive Montag, pero siempre habrá hombres y mujeres dispuestos, como ese anciano, que recita con una pasión que su cuerpo ya ha perdido, a legar a otro ser humano las palabras que conforman un libro.
Si yo tuviera que aprenderme uno, guardaría en mi memoria La familia animal, de Randall Jarrell, uno de los pocos cuentos que escribió este poeta norteamericano, en el que encontré unos personajes que, como ningún otro, escenificaban lo que es el amor y la ternura.
¿Y tú, qué libro memorizarías?

NOTA: en este enlace puedes encontrar la película completa en versión original.

2 comentarios:

  1. Hola, bello texto. Yo memorizaría el Diario I de Anais Nin, por la poesía que encierra y las reflexiones de una vida sorprendente.

    :)

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  2. Yo memorizaría La piedra lunar, de Wilkie Collins. Aunque tengo muy mala memoria, quizá debería escoger algo mas cortito.

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