viernes, 15 de julio de 2011

La Prima de Riesgo

Esta mañana me llama alarmado mi amigo Javier, que es economista, y me dice:
—La prima de riesgo está altísima.
—Pero ya lo estaba —le respondo yo.
—Sí, pero no tanto.
—¿No me digas que se ha puesto a crecer ahora? —le contesto en tono irónico.
Guarda unos minutos de silencio, y me espeta en tono casi agresivo:
—¡Pero estás bobo!, ¿o qué?
—No sé de qué me hablas, Javier…
—¡De la prima de riesgo española que está casi en 400 puntos! —me grita.
—Acabáramos. Perdona, compañero, estaba en otra prima. Vale, vale. Si no te importa te llamo yo luego.
Aún bajo las hilachas del sueño, trato de recomponer la alarma de mi amigo, y separarla de mi recuerdo.
Riesgo, Alfredo Riesgo era un amigo común de los veranos en Calella, fiel de aquellas pandillas que nos escapábamos a las calas fuera de la vista de los adultos, y su prima, Estrella, era la chavala con la que todos soñábamos. Yo, creo que no se trataba de una práctica exclusiva, me masturbaba pensando en las tetas de aquella muchacha que se transparentaban a través de la mínima tela de los bikinis que su madre, costurera, le cosía con los retales de los vestidos que confeccionaba. Recuerdo especialmente uno blanco con lunares verdes, casi idéntico al que el otro día mi vecina Loli me enseñaba en una foto de su hija, a los pocos días de salir de la clínica, mientras me comentaba orgullosa:
—Es el regalo que le habíamos prometido si aprobaba la ESO: unas tetas nuevas. Mi Manolo no quería, pero yo le dije a la Yoli, "no te preocupes, hija, que ya le convenzo yo". Son iguales a las de una de esas…, no me acuerdo ahora cómo se llama, que sale por las mañanas en Tele 5. Cuando se las veo, pienso que ya me hubiera gustado a mí tener unas así.
"Qué necesidad", pensé yo entonces, y ahora, mientras ojeo el periódico y apuro el segundo café de la mañana, con intención de ingresar definitivamente en la vigilia.
Y me tropiezo con una foto en la que el ciudadano Borbón, como le llama uno de ERC, con muletas, Zapatero y Blanco. Los tres riéndose. Quizá los tres también estén recordando a alguna prima de uno de ellos, y sus peripecias onanistas. Me viene inevitablemente a la cabeza aquellos versos de Quintín Cabrera: De qué se ríe señor ministro, usted es el palo mayor de un barco que se va a pique.
No sé si, a pesar de los cafés, volverme a la cama, y recuperar el hilo de ese sueño interrumpindo en el momento en el que introducía en un cajero, por cierto no de la entidad por la que cobro la nómina, la tarjeta de fichar en la empresa, y en la pantalla salía una golondrina que me proponía la compra, con enorme descuento, de una sesión especial de Los Miserables, de Víctor Hugo, representada por políticos: José Bono hace de Monseñor Myrie, los Thenardier son Dolores de Cospedal y Francisco Camps, Jean Valjean es Tomás Gómez. No recuerdo el resto del reparto, aunque sí sé que con los fondos que se recaudasen, iban a comprar acciones de Bankia, dada su inminente salida a bolsa, y, con los beneficios que se obtuvieran, proponer la canonización de Ana Botella, con vistas a hacerla patrona de la literatura infantil.


En ese momento, un guardia de seguridad del banco, con la educación que les caracteriza, me conminó:
—¿Va a sacar las entradas de una puta vez?
Con cara de sueño, como no podía ser de otro modo, yo le pregunté:
—¿Las entradas de qué?
—De qué coño va a ser, de la final del Madrid.
En ese instante me desperté, en defensa propia.
"¡Vaya día!", pensé, "que me espera".
Así, de golpe, se me viene todo encima:
Semprún muerto.
La Academia de la Historia publica una biografía sobre Franco, cuyo Presidente dice no haber leído, y la Ministra de Cultura desconocer, como tantas cosas.
Juan Farias se fue a navegar.
Berlusconi se compra otro fular, mientras Italia se desmorona y con ella Europa.
El Pentateuco de Isaac, de Angel Wagenstein aún sin reseñar.
Telemadrid reescribe de manera mentirosa el asesinato de Calvo Sotelo.
La clase política cuando no rebuzna, bosteza, mientras los pocos de siempre viven a costa de esa mayoría de la que formo parte.
Pero no se fíen de mí. Quizá, si hago esta crónica es porque en el fondo me da envidia no ser como ellos.

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