Llevo varios días inmerso en la revisión de las notas a la traducción, que un amigo editor me ha pedido que le haga sobre la próxima publicación en castellano del Kalevala, el poema épico finés, que verá la luz a finales de noviembre. Cuando me lo pidió como favor y yo ingenuamente acepté, no sabía dónde me estaba metiendo.
Bien, el caso es que llevaba más de dos semanas peleándome con las fuentes folclóricas finlandesas —mi amigo se empeña en que son finlandesas no finesas—, y su conceptualización metafísica, cuando llamaron a la puerta a horas intempestivas —las diez y media de la noche, momentos en los que ya suelo estar acostado, leyendo al borde del sueño— y de manera insistente.
Abrí la puerta con cierto temor. A quien menos me podía imaginar se abalanzó sobre mí: Yolanda, la hija de mi vecina, con la mirada desencajada y un recorte de periódico en la mano.
—Don Manuel, mira lo que he encontrado en un periódico, esta mañana en la peluquería.
—¿Pero en la peluquería hay periódicos? —le pregunté perplejo, mientras la dejaba pasar al recibidor.
—Sí, uno de esos de gratis, que reparten en la parada del autobús.
Desplegó el arrugado papel y comenzó a leer:
—Los organizadores del concurso de Miss Italia han extremado sus medidas de selección en busca de un modelo de mujer sin artificios ni camuflajes. Por esa razón vetan a las chicas que hayan pasado por el cirujano plástico, usen extensiones en el pelo o lentes de contacto de colores. También se apuesta por la talla 40. Pero ahí no acaba todo, se exige que las aspirantes lean por lo menos un periódico al día para estar informadas y al menos tres libros al año. Concretamente se sugieren clásicos de la talla de Madame Bovary, de Flaubert; Anna Karenina, de León Tolstói, y Orgullo y prejuicio, de Jane Austen. Tampoco se acepta el exhibicionismo: un desnudo en internet de una de las aspirantes le ha costado su descalificación. El concurso se iniciará el 19 de septiembre. La organización española, piensa asumir un procedimiento similar.
A continuación me mostró el artículo que venía acompañado de la foto de la última ganadora, una señorita llamada Francesca Testasecca.
Tal reseña hacía referencia a El Periódico.com, de ahí que le diera visos de veracidad a tal información.
—¿Y ahora qué hago yo, don Manuel? Pensaba presentarme a Miss Madrid, mi madre está convencida de que gano, y yo también, y de ahí saltar a Miss España.
—Pero, vamos a ver, Yolanda: tú eres menor de edad, todavía te faltan dos años para poder competir, digo yo, en ese concurso…
—Sí, lo sé —me interrumpió—, pero si ahora piden esto, igual cuando yo me presente hasta te piden El Quijote.
—Bueno, pues tranquilízate…
—No, don Manuel. Mi madre me ha dicho que me pongas ya la lista de todo lo que debo leerme, y…
En este caso fui yo quien la interrumpió:
—Yolanda, te has fijado que la noticia dice también que no se aceptarán señoritas que hayan pasado por el cirujano plástico.
Menos mal que el texto periodístico me ofrecía una forma suave de referirme al pecho de la hija de mi vecina.
—Anda, mi madre. La hemos cagao.
Salió cabizbaja sin siquiera decirme adiós.
Aunque no se lo crean, yo la entendí.
Me quedé con el recorte de periódico en las manos, volví a leer el apellido de Miss Italia: Testasecca.
"¿Será una broma?, ¿significará realmente lo que yo imagino?" pensé.
En ese momento decidí que, al día siguiente, antes de sumergirme en el Kalevala, escribiría un correo a mi amiga Simona, traductora de la universidad de Florencia, para que me sacara de dudas.